lunes, 28 de noviembre de 2011

Vivamos en Victoria


Vivamos en Victoria - Ivan Baker


(Predicado por Iván Baker en el retiro de pastores año 1987)

Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
2° Corintios 2:14

Hace algunos años me detuvo en el circo romano frente a las ruinas de lo que había sido, hace ya casi veinte siglos, el magnífico palacio del Emperador Nerón. Ya nada quedaba de la gloria de ese lugar, pero aún se hacía visible en la arena de la pista oval que se extendía a la derecha y a la izquierda del palacio. Desde allí es que el emperador contemplaría, en medio del entusiasmo de la multitud, el paso de los legendarios carros romanos impulsados por los veloces caballos.

Culminaba la fiesta cuando el vencedor se presentaba radiante, emocionado, con los brazos levantados en señal de victoria, y recibía, quizá de la misma mano del emperador, entre el estruendoso aplauso y los vítores de la multitud enfervorecida, la corona de laureles, el trofeo de la victoria.

Pero pronto se eclipsaron estas imágenes y un pensamiento profundo y solemne me sobrecogió. Según cuenta la historia, allí mismo, frente al palacio, era posible que mis pies pisaban la tierra misma que bebió la sangre de nuestros hermanos que dieron sus vidas por ser fieles a Jesús. Ellos penetraron las regiones celestiales entre las aleluyas de los ángeles.
Triunfaron; “no amaron sus vidas hasta la muerte”. Ceñirán sus coronas.

Nada mejor aquí que recordar las palabras de Pablo: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”. 2° Corintios 2:14

LA VICTORIA DE CADA DIA GARANTIZA LA VICTORIA FINAL

Así como una línea está formada por una sucesión de puntos donde cada punto conlleva y orienta la línea, nuestra victoria final es el producto de constantes, pequeñas victorias obtenidas en cada paso de nuestra vida cristiana.

El Señor quiere que siempre seamos victoriosos. Juan nos dice que: “todo lo que es nacido de Dios vence al mundo” (1° Juan 5:4). Lo dice también Pablo en el texto citado al principio. Notemos que Juan dice que todos triunfamos:
“Todo lo que es nacido de Dios…” Pablo subraya siempre: “Dios nos lleva siempre en triunfo…” Entonces es la voluntad de Dios que todos seamos siempre triunfantes, cualquiera sea la circunstancia: en la salud, en la enfermedad, en la abundancia, en la escasez, en el despojamiento e todo, en la vida o en la muerte. ¡Siempre y en cualquier circunstancia, en Cristo somos más que vencedores! (Ver Romanos 8:38,39).

DIOS HA PROVISTO TODO PARA QUE VIVAMOS EN VICTORIA

Podemos estar seguros que nuestro padre nunca nos pedirá algo que no le podemos dar. Nuestro Padre es justo y lleno de amor y misericordia. Nunca va a sobrecargar a alguno de sus hijos de una carga que no pueda soportar. Es cierto que a veces estamos sometidos a pruebas enormes. Pero él nos asegura que su gracia será suficiente: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir” (1° Corintios 10:13)

¡Que increíble es esto, que seres tan débiles estén destinados a ser tan fuertes y victoriosos! ¿Cuál es el secreto? Es que ésta gran victoria no es algo que nosotros logramos sino algo que Dios hace en nosotros por medio de Jesucristo, en el poder incomparable del Espíritu Santo, cuando le damos plena libertad para actuar en nuestras vidas, “…haciendo él en vosotros lo que es agradable a Dios” (Hebreos 13:21). Quizá Pablo nunca expresó mejor el secreto de su victoria que cuando declaró: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo…” (Gálatas 2:20).

NECESITAMOS ESTAR BAJO EL GOBIERNO DE DIOS

Si esto es así, ¿Por qué ay tantas creyentes débiles y frustrados? Por mucho tiempo este fue mi dilema, no sólo al observar otras vidas sino también la mía. Mis mejores esfuerzos por ser victorioso frecuentemente terminaban en desaliento. Después comprendí cuál era la traba: yo estaba esperando bendición de Dios, cuando algunas de las áreas de mi vida no estaban bajo el gobierno de Dios. Estas áreas estaban bajo mi control. Había una mezcla entre su voluntad y la mía.

Pronto me di cuenta que era inútil luchar con Dios. El no me había mentido.
Cuando me llamó me pidió todo, y me di cuenta que él no iba a cambiar.
Ahora digo: ¡Aleluya; que bueno es que Dios no cambia! Ahora me doy cuenta que toda mi vida debe estar bajo su autoridad. Este es un paso esencial para nuestra vida de victoria.

Pero esto no es todo. Porque quizá nos queda la idea de un sometimiento pasivo a la voluntad de Dios. Nada más equivocado. Someternos solamente no nos hace victoriosos. La victoria es efecto de una lucha, y ninguna lucha es pasiva. Somos soldados. El combate arrecia cada día contra el enemigo que nos asedia constantemente.

Al someternos a Dios él nos da sus recursos para ser triunfantes en ésta lucha. Aquí de nuevo debemos entender bien: Dios nos manda tomar todos los recursos que él nos da. No es suficiente tomar algunos. Esto es justamente lo que nos recomienda el apóstol Pablo: “Tomad toda la armadura de Dios” (Efesios 6:13-18)

Al decir, “toda la armadura”, vuelvo a decir que no será suficiente tomar una parte. Por supuesto, nuestra lucha es espiritual, y las armas que debemos usar son espirituales, pero Pablo nos describe estas armas con el ejemplo de la antigua armadura romana. Quisiera anotar algunas cosas que me hicieron mucho bien, pero primero consideremos la acción de nuestro adversario.

LA ESTRATEGIA DEL ADVERSARIO

Pablo ponía atención en “no ignorar sus maquinaciones”. ¿Cómo son sus ataques? ¿De que manera se manifiestan? Hay tres áreas en que generalmente ataca:

·                     Nos incita a licencias y pecados sexuales.
·                     Trata de desalentarnos.
·                     Procura estimular nuestra altivez.

Estos ataques nos pueden llegar por mil vías y agentes diferentes. De nuestro andar entre la gente, en el trabajo. De los medios de difusión. De nuestro tiempo perdido en vanidades. De los flechazos de impureza que nos llegan de las imágenes y las canciones sensuales.

Otro terreno que codicia es el hogar. Le encanta producir conflictos en el matrimonio, entre padres e hijos. Otro terreno predilecto es el de la iglesia, produciendo conflictos entre hermanos, pastores y obreros. Pone toda su astucia para evitar que cooperen, para impedir que oren, que sean santos.

El objetivo de sus ataques es que nos rebelemos contra Dios, hacernos desobedecer y destruir nuestra vida espiritual.

Sin embargo, Dios ha provisto toda la protección necesario. Para cada situación nos ha dado adecuada salida; para cada ataque la adecuada arma de contraataque. Toda ésta protección es tan perfecta porque ¡El mismo Jesús, gloriosamente presente en el Espíritu, es nuestra protección! Cristo ya nos ha dado la victoria. Tratamos con un enemigo ya vencido en Cristo Jesús nuestro Salvador.

¿CUALES SON NUESTRAS ARMAS ESPIRITUALES?

Volvamos a la carta de Pablo a los Efesios para ver la alegoría de la armadura las piezas que se señalan para nuestra defensa. Después veremos las de la lucha y el ataque. Estas piezas de armadura representan nuestra conducta, nuestra forma de vivir. Nuestro caminar en rectitud es nuestra primera protección. Jesús pudo decir: “Viene el enemigo, pero nada tiene en mí”. No había pecado en Jesús; el enemigo no tiene parte en él.

Primero, Pablo indica que deben estar “ceñidos nuestros lomos con la verdad”

Luego que debemos estar vestidos con “la coraza de justicia”.

También que debemos tener “calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”.

Además, nos recomienda: “Tomad el yelmo de la salvación”.

Ahora vemos las armas que debemos usar en el combate:

Sobre todo el escudo de la fe

En segundo lugar, Pablo nos insta a tomar “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.

Luego nos dice que debemos estar “orando en todo tiempo, con toda oración y súplica, y velando en ello”.

En realidad al ponernos ésta armadura estamos “revistiéndonos de Cristo” (Gálatas 3:27). ¿No es él nuestra verdad, justicia, la gloria de nuestro evangelio, nuestra salvación? ¿No es de su boca que sale la espada de dos filos, y que él nos ha dado? ¿No es él nuestra oración? El abrió el camino por su sangre para que podamos orar. Ayuda nuestra flaqueza por su Espíritu. ¡Nuestra victoria es revestirnos de él!

NUESTRA ESTRATEGIA EN EL COMBATE

Hemos revisado la estrategia de nuestro adversario y la manera en que nos llegan sus ataques. Hemos pasado revista a nuestras armas. Ahora nos toca revisar nuestra estrategia en el combate.

·                     Debemos estar conscientes que nuestro enemigo nos acosa. No es cuestión de una vez por semana. La batalla es sin cuartel y sin horarios.
·                     Debemos estar velando, “orando en todo tiempo y velando en ello”.
·                     Debemos actuar sin demora cuando el Espíritu Santo nos advierte un ataque.

Algunas exhortaciones finales:

Indignémonos santamente ante cualquier insinuación a la impureza. Tratemos de la misma manera toda insinuación hacia nuestra propia exaltación.
Apliquemos la sangre redentora sobre toda ofensa. Aprendamos a triunfar sobre todos los defectos. Aprendamos a desalojar todo lo negativo de nuestra mente por medio de la salvación que Cristo nos ha dado. Llenemos la mente de fe, confianza y esperanza. Cambiemos nuestras cavilaciones por oraciones que se toman fuertemente de sus promesas.

No estamos solos. Busquemos otro hermano/a que esté accesible, y pongámonos de acuerdo en el nombre del Señor para orar juntos, confesar y exhortarnos y enseñarnos mutuamente. Sintamos carga y responsabilidad el uno por el otro.

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó, Por lo cual esto seguro que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es Cristo Jesús Señor nuestro.
    Romanos 8: 37-39

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