Vivamos en Victoria - Ivan Baker
(Predicado por Iván Baker en el retiro de
pastores año 1987)
Mas a Dios gracias, el
cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros
manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
2° Corintios 2:14
Hace algunos años me detuvo en el circo
romano frente a las ruinas de lo que había sido, hace ya casi veinte siglos, el
magnífico palacio del Emperador Nerón. Ya nada quedaba de la gloria de ese
lugar, pero aún se hacía visible en la arena de la pista oval que se extendía a
la derecha y a la izquierda del palacio. Desde allí es que el emperador
contemplaría, en medio del entusiasmo de la multitud, el paso de los
legendarios carros romanos impulsados por los veloces caballos.
Culminaba la fiesta cuando el vencedor se
presentaba radiante, emocionado, con los brazos levantados en señal de
victoria, y recibía, quizá de la misma mano del emperador, entre el estruendoso
aplauso y los vítores de la multitud enfervorecida, la corona de laureles, el
trofeo de la victoria.
Pero pronto se eclipsaron estas imágenes
y un pensamiento profundo y solemne me sobrecogió. Según cuenta la historia,
allí mismo, frente al palacio, era posible que mis pies pisaban la tierra misma
que bebió la sangre de nuestros hermanos que dieron sus vidas por ser fieles a
Jesús. Ellos penetraron las regiones celestiales entre las aleluyas de los
ángeles.
Triunfaron; “no amaron sus vidas hasta la
muerte”. Ceñirán sus coronas.
Nada mejor aquí que recordar las palabras
de Pablo: “¿No sabéis que los que
corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el
premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se
abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros,
una incorruptible”. 2° Corintios 2:14
LA VICTORIA DE CADA DIA GARANTIZA LA
VICTORIA FINAL
Así como una línea está formada por una
sucesión de puntos donde cada punto conlleva y orienta la línea, nuestra
victoria final es el producto de constantes, pequeñas victorias obtenidas en
cada paso de nuestra vida cristiana.
El Señor quiere que siempre seamos
victoriosos. Juan nos dice que: “todo lo que es nacido de Dios vence al
mundo” (1° Juan 5:4). Lo dice también Pablo en el texto citado al principio.
Notemos que Juan dice que todos triunfamos:
“Todo lo que es nacido de Dios…” Pablo
subraya siempre: “Dios nos lleva siempre en triunfo…” Entonces es la
voluntad de Dios que todos
seamos siempre triunfantes, cualquiera sea la circunstancia: en la salud,
en la enfermedad, en la abundancia, en la escasez, en el despojamiento e todo,
en la vida o en la muerte. ¡Siempre y en cualquier circunstancia, en Cristo
somos más que vencedores! (Ver Romanos 8:38,39).
DIOS HA PROVISTO TODO PARA QUE VIVAMOS EN
VICTORIA
Podemos estar seguros que nuestro padre
nunca nos pedirá algo que no le podemos dar. Nuestro Padre es justo y lleno de
amor y misericordia. Nunca va a sobrecargar a alguno de sus hijos de una carga
que no pueda soportar. Es cierto que a veces estamos sometidos a pruebas
enormes. Pero él nos asegura que su gracia será suficiente: “Fiel es Dios,
que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará
también juntamente con la tentación la salida, para que podáis resistir”
(1° Corintios 10:13)
¡Que increíble es esto, que seres tan
débiles estén destinados a ser tan fuertes y victoriosos! ¿Cuál es el secreto?
Es que ésta gran victoria no es algo que nosotros logramos sino algo que Dios
hace en nosotros por medio de Jesucristo, en el poder incomparable del Espíritu
Santo, cuando le damos plena libertad para actuar en nuestras vidas, “…haciendo él en vosotros lo que es
agradable a Dios” (Hebreos 13:21). Quizá Pablo nunca expresó mejor el
secreto de su victoria que cuando declaró: “Con Cristo estoy juntamente
crucificado, y ya no vivo yo…” (Gálatas
2:20).
NECESITAMOS ESTAR BAJO EL GOBIERNO DE
DIOS
Si esto es así, ¿Por qué ay tantas
creyentes débiles y frustrados? Por mucho tiempo este fue mi dilema, no sólo al
observar otras vidas sino también la mía. Mis mejores esfuerzos por ser
victorioso frecuentemente terminaban en desaliento. Después comprendí cuál era
la traba: yo estaba esperando bendición de Dios, cuando algunas de las áreas de
mi vida no estaban bajo el gobierno de Dios. Estas áreas estaban bajo mi
control. Había una mezcla entre su voluntad y la mía.
Pronto me di cuenta que era inútil luchar
con Dios. El no me había mentido.
Cuando me llamó me pidió todo, y me di
cuenta que él no iba a cambiar.
Ahora digo: ¡Aleluya; que bueno es que
Dios no cambia! Ahora me doy cuenta que toda mi vida debe estar bajo su
autoridad. Este es un paso esencial para nuestra vida de victoria.
Pero esto no es todo. Porque quizá nos
queda la idea de un sometimiento pasivo a la voluntad de Dios. Nada más
equivocado. Someternos solamente no nos hace victoriosos. La victoria es efecto
de una lucha, y ninguna lucha es pasiva. Somos soldados. El combate arrecia
cada día contra el enemigo que nos asedia constantemente.
Al someternos a Dios él nos da sus
recursos para ser triunfantes en ésta lucha. Aquí de nuevo debemos entender
bien: Dios nos manda tomar todos los recursos que él nos da. No es suficiente
tomar algunos. Esto es justamente lo que nos recomienda el apóstol Pablo: “Tomad
toda la armadura de Dios” (Efesios 6:13-18)
Al decir, “toda la armadura”, vuelvo a
decir que no será suficiente tomar una parte. Por supuesto, nuestra lucha es
espiritual, y las armas que debemos usar son espirituales, pero Pablo nos
describe estas armas con el ejemplo de la antigua armadura romana. Quisiera
anotar algunas cosas que me hicieron mucho bien, pero primero consideremos la acción
de nuestro adversario.
LA ESTRATEGIA DEL ADVERSARIO
Pablo ponía atención en “no ignorar sus
maquinaciones”. ¿Cómo son sus ataques? ¿De que manera se manifiestan? Hay tres
áreas en que generalmente ataca:
·
Nos
incita a licencias y pecados sexuales.
·
Trata
de desalentarnos.
·
Procura
estimular nuestra altivez.
Estos ataques nos pueden llegar por mil
vías y agentes diferentes. De nuestro andar entre la gente, en el trabajo. De
los medios de difusión. De nuestro tiempo perdido en vanidades. De los
flechazos de impureza que nos llegan de las imágenes y las canciones sensuales.
Otro terreno que codicia es el hogar. Le
encanta producir conflictos en el matrimonio, entre padres e hijos. Otro
terreno predilecto es el de la iglesia, produciendo conflictos entre hermanos,
pastores y obreros. Pone toda su astucia para evitar que cooperen, para impedir
que oren, que sean santos.
El objetivo de sus ataques es que nos
rebelemos contra Dios, hacernos desobedecer y destruir nuestra vida espiritual.
Sin embargo, Dios ha provisto toda la
protección necesario. Para cada situación nos ha dado adecuada salida; para
cada ataque la adecuada arma de contraataque. Toda ésta protección es tan
perfecta porque ¡El mismo Jesús, gloriosamente presente en el Espíritu, es
nuestra protección! Cristo ya nos ha dado la victoria. Tratamos con un enemigo
ya vencido en Cristo Jesús nuestro Salvador.
¿CUALES SON NUESTRAS ARMAS ESPIRITUALES?
Volvamos a la carta de Pablo a los
Efesios para ver la alegoría de la armadura las piezas que se señalan para
nuestra defensa. Después veremos las de la lucha y el ataque. Estas piezas de
armadura representan nuestra conducta, nuestra forma de vivir. Nuestro caminar
en rectitud es nuestra primera protección. Jesús pudo decir: “Viene el enemigo,
pero nada tiene en mí”. No había pecado en Jesús; el enemigo no tiene parte en
él.
Primero, Pablo indica que deben estar “ceñidos
nuestros lomos con la verdad”
Luego que debemos estar vestidos con “la
coraza de justicia”.
También que debemos tener “calzados
los pies con el apresto del evangelio de la paz”.
Además, nos recomienda: “Tomad el
yelmo de la salvación”.
Ahora vemos las armas que debemos usar en
el combate:
“Sobre todo el escudo de la fe”
En segundo lugar, Pablo nos insta a tomar
“la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.
Luego nos dice que debemos estar “orando
en todo tiempo, con toda oración y súplica, y velando en ello”.
En realidad al ponernos ésta armadura
estamos “revistiéndonos de Cristo” (Gálatas 3:27). ¿No es él nuestra
verdad, justicia, la gloria de nuestro evangelio, nuestra salvación? ¿No es de
su boca que sale la espada de dos filos, y que él nos ha dado? ¿No es él
nuestra oración? El abrió el camino por su sangre para que podamos orar. Ayuda
nuestra flaqueza por su Espíritu. ¡Nuestra victoria es revestirnos de él!
NUESTRA ESTRATEGIA EN EL COMBATE
Hemos revisado la estrategia de nuestro
adversario y la manera en que nos llegan sus ataques. Hemos pasado revista a
nuestras armas. Ahora nos toca revisar nuestra estrategia en el combate.
·
Debemos
estar conscientes que nuestro enemigo nos acosa. No es cuestión de una vez por
semana. La batalla es sin cuartel y sin horarios.
·
Debemos
estar velando, “orando en todo tiempo y velando en ello”.
·
Debemos
actuar sin demora cuando el Espíritu Santo nos advierte un ataque.
Algunas exhortaciones finales:
Indignémonos santamente ante cualquier
insinuación a la impureza. Tratemos de la misma manera toda insinuación hacia
nuestra propia exaltación.
Apliquemos la sangre redentora sobre toda
ofensa. Aprendamos a triunfar sobre todos los defectos. Aprendamos a desalojar
todo lo negativo de nuestra mente por medio de la salvación que Cristo nos ha
dado. Llenemos la mente de fe, confianza y esperanza. Cambiemos nuestras
cavilaciones por oraciones que se toman fuertemente de sus promesas.
No estamos solos. Busquemos otro
hermano/a que esté accesible, y pongámonos de acuerdo en el nombre del Señor
para orar juntos, confesar y exhortarnos y enseñarnos mutuamente. Sintamos
carga y responsabilidad el uno por el otro.
Antes, en todas estas cosas somos más que
vencedores por medio de Aquel que nos amó, Por lo cual esto seguro que ni la
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos
podrá separar del amor de Dios, que es Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 8: 37-39
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