martes, 28 de febrero de 2012

Autoridad y Sumisión

Autoridad y Sumisión

Evangevaldo Farias

 Salvador, Martes 2 de Mayo de 2011

PRIMERA PARTE: EL PRINCIPIO DE LA AUTORIDAD DELEGADA
Hay otro ingrediente que precisamos destacar aquí. Estamos hablando de todo lo que envuelve
nuestra santificación, todo lo que envuelve nuestra dedicación al Señor, todo lo que envuelve
nuestro llamado a ser perfectos, nuestra elección. Pero hay un ingrediente muy importante
para esto. En el Salmo 11.3 dice así: “Si son destruidos los fundamentos, ¿qué podrá hacer el
justo?” Nuestra fe, en verdad, fue edificada sobre algunos fundamentos muy importantes y uno
de ellos es la comprensión clara de la autoridad y sumisión. Nos damos cuenta que si este
elemento es retirado no conseguiremos ser santos. El diablo se ha esforzado para atacar estos
principios. Y Dios nos está llamando a levantar otra vez esta columna, a dejarla bien clara: que
Dios gobierna todo por medio de autoridades delegadas.
Debemos observar algunos aspectos importantes de la relación del Señor con nosotros. Jesús
en todo fue agradable al Padre. Pero hay un detalle muy simple, ¿Por qué fue agradable? Cristo
mismo lo explica diciendo: “yo no vine a hacer mi propia voluntad sino la voluntad de Aquel que
me envió. Mi Padre está siempre conmigo porque siempre hago lo que le agrada”. Alguien
podría decir: “Bueno, pero el Padre siempre estaba también con Él, y esto le hacía a Jesús las
cosas más fácil, pues gozaba de un tipo de participación del Padre en su vida que tal vez
nosotros no experimentamos”. Pero en Getsemaní, Jesús fue acosado por cuanto demonio
podamos imaginar. El Señor estaba bajo un profundo ataque del infierno para que escapase de
aquella cruz. Tanto que dijo a sus discípulos: “mi alma está angustiada”. Jesús era un hombre,
Dios no tiene alma. Aquel hombre tenía un alma que estaba angustiada. El dijo: “quédense
conmigo para apoyarme, esfuércense conmigo, vigilen a mi lado”. Llamó a sus tres mejores
amigos, los cuales no tenían la menor idea de lo que estaba ocurriendo y se durmieron.
En el medio de su angustia, ¿Cómo oró Jesús? En el libro de Marcos “Se Vació” hay un detalle,
respecto a una frase que no está en los otros Evangelios que dice así: “Padre, tu lo puedes todo,
aparta de mí esta copa. Dios no hay nada que para ti sea imposible. Padre tu lo puedes todo. No
me permitas tomar esta copa, apártala de mí”. Pero también dice, “sin embargo, no sea como
yo quiero, más lo que tú quieres”. ¿Vivimos, amados, así?
A qué se refiere el apóstol cuando dice en Hebreos doce: “aún no habéis resistido contra el
pecado hasta la sangre”. La obediencia de Cristo, amados, fue probada hasta la sangre, porque
Él sudaba gotas de sangre en plena madrugada a cielo abierto en el monte. Era un lugar alto,
era la madrugada y era un lugar abierto, y sudaba gotas de sangre de la angustia. Y dijo “no lo
que yo quiero, sino lo que tú quieres”. Fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Pero amados, Jesús es Dios, nunca dejó de serlo. El es Señor, pero decidió obedecer. Era como
si le dijese al Padre “de aquí en adelante no precisamos entrar más en consejo. Tú das las
órdenes y yo me someto”. Hermanos, vale para Cristo, vale para nosotros.
Me acuerdo de un retiro hace muchos años, cuando comencé a caminar con ustedes, Sergio de
Avilez estaba ministrando y dijo: “estar lleno de Cristo es estar lleno de obediencia”. Se pueden
tener muchas manifestaciones de la gracia de Dios y dones del Espíritu Santo, pero si no estás
lleno de obediencia, no estás lleno de Cristo. Tal vez la manifestación de gracia más evidente de
la habitación de Cristo en nosotros es la sumisión. Y Dios sabe que nos es doloroso someternos.
No nos gusta. Nos gusta estar arriba, nos gusta mandar, pero no nos gusta someternos.
Vamos a tratar de entender un poco cómo funciona este principio divino. Todo lo que existe en
el universo obedece. Hebreos dice que Dios “sustenta todas las cosas con la palabra de su
poder”. Él dio una orden, y esa orden aún hace que todo el universo se mueva. ¡Qué glorioso es
pensar que Dios sustenta todas las cosas con su autoridad, con su palabra, con su poder!
Cuando pensamos en la autoridad de Dios allá en los cielos,
glorioso, gobernando todo, nos encantamos. Pero cuando
esa autoridad desciende y toma figura humana comenzamos
a complicarnos. Samuel dice así: “¿Se complace tanto
Jehovah en los holocaustos y en los sacrificios como en que la
palabra de Jehovah sea obedecida? Ciertamente el obedecer
es mejor que los sacrificios, y el prestar atención es mejor que
el sebo de los carneros. Porque la rebeldía es como el pecado de adivinación, y la obstinación es
como la iniquidad de la idolatría”.
Nosotros vivimos en una nación (Brasil) que tiene mucha hechicería. Nuestra ciudad, Salvador,
está llena de hechicería. Yo vengo de un contexto evangélico en el que la hechicería era algo
extremadamente abominable. No solo la hechicería si no también el hechicero. Nos decían: “el
creyente no puede tener amigo hechicero”. ¡Podíamos tener amigos adúlteros, mentirosos,
ladrones, pero nunca hechiceros!
Ahora, ¿por qué esta aversión a los hechiceros? Porque la hechicería apunta a la sumisión a
Satanás. Es culto a él. Y la palabra nos muestra que la rebelión es como el pecado de hechicería.
¿Por qué? Porque la hechicería y la rebelión son culto al diablo. Rebelión es seguir tras los
pasos del diablo, por eso Dios hace esta comparación. Satanás se rebeló, quien practica la
hechicería hace culto a él, y quien se rebela es posesionado por él. Y dice aún más “la
obstinación [es decir la alevosía de continuar rebelándose, en seguir desobedeciendo] es
como pecado de la idolatría”.
Quien desobedece y persiste en continuar en la desobediencia no es diferente a aquel que
entra en su cuarto, saca una imagen, enciende una vela y lo adora. El Espíritu Santo, amados,
quiere que rescatemos su percepción sobre este pecado de rebelión y obstinación. Quiere que
nos veamos como Dios nos ve. Rebelión es hechicería, obstinación idolatría.
Tal vez la manifestación de
gracia más evidente de la
habitación de Cristo en
nosotros es la sumisión
Uno de los motivos por los que predicamos el Evangelio del Reino de Dios, no el de las ofertas,
es que ataca la causa del problema del hombre. Si el pecado es un árbol, no queremos atacar
las ramas, sino el tronco mismo, la base del problema. ¿Y cuál es esta base? – la independencia:
“yo soy dueño de mí mismo”. Hay entre nosotros un discípulo que comenzó a predicarle a una
familia de mendigos que vivían debajo de un viaducto. Él comenzó a visitarles, a llevarles
frazadas, comida, y se sentaba y les exponía el Evangelio. Después de un tiempo, el padre de la
familia le dijo: “Yo sé que usted es buena gente. Yo entendí todo lo que me dijo, pero no lo
quiero” y el hermano le preguntó la razón. Y el mendigo le respondió: “porque yo quiero
continuar mandando en mi vida”. Era un miserable, no tenía nada que perder, podría inclusive
fácilmente encontrar un creyente inocente para aprovecharse de él. Tener comida, frazadas, tal
vez una casa, pero él entendió que para seguir a Cristo debía perder su voluntad, y someterse, y
dijo “no quiero tal cosa”.
Si un pobre miserable como ese mendigo no quiere rendir su voluntad aunque inclusive tenga
beneficios, entonces ¡qué de nosotros! ¡Dios sabe lo que hace cuando nos golpea en esta raíz!
¡Dios sabe que nuestra rebelión manifestada en nuestra vida es un principio satánico que debe
ser combatido con absoluta definición!
Dios gobierna todas las cosas, no solo la iglesia. Dios gobierna el universo y Dios estableció
para él principios. De la misma forma en que estableció las leyes de la física, la química, la
biología, estableció principios espirituales. Y la delegación de de autoridad es un principio
espiritual.
Por ejemplo, Saúl era un hombre lleno de imperfecciones. Si enumeramos algunos pecados de
Saúl hallamos que tenía grandes celos, que un espíritu maligno lo atormentaba. intentó matar a
su propio héroe de guerra, David, varias veces; intentó también matar a su propio hijo; mandó
a matar a 80 sacerdotes, tentó al diablo invocando a los muertos. Pero este hombre separado
de Dios, inicuo, amargado en su rebelión era rey sobre Israel. David, que había sido ungido rey
también por el profeta y sabía que algún día sería efectivamente rey, cuando tuvo chance de
matar a Saúl, apenas cortó un pedacito de su manto. Sus hombres le dijeron “¡Dios lo colocó en
tus manos, esta es tu oportunidad!” – pero David les respondió: “!Cómo levantaré mi mano
contra el ungido del Señor!” Si lo hubiese matado, ¡hubiese hasta quedado bien! La palabra nos
dice que era tal su respeto por Saúl, que su corazón palpitaba solo ante el hecho de cortar un
pedazo de su manto.
David entendía, amados, que Saúl había sido establecido por Dios, y por Dios tenía que ser
removido. “No será mi mano que se levante contra él”, decía. Dios da autoridad, Dios quita la
autoridad. Debemos entender que Dios no suelta este principio.
Vayamos ahora a otro episodio bíblico que encontramos en Malaquías 3 donde Dios acusa al
pueblo de robarle y los amenaza con maldecirlos. El pueblo se asusta y responde: “en qué te
estamos robando, Señor”. ¿Saben por qué ellos se asustan? – es simple: en los capítulos 1 y 2
vemos a Dios denunciando a los sacerdotes, diciéndoles que el lanzaría sobre ellos sus
sacrificios con sus excrementos, porque se habían vuelto reprobables, porque estaban
haciendo la obra de Dios a su manera, porque eran hombres malos. Y el pueblo veía esto, y
sabía que, al fin, los diezmos que ellos traían al templo serían para el beneficio de los
sacerdotes.
Quizá pensaban: “no debemos sustentar a vagabundos” y retuvieron los diezmos, no porque
tuviesen un problema con Dios, sino porque tenían un problema con los sacerdotes. Pero el
Señor les dice: “ustedes me roban a mí”. Desde el tiempo de Moisés Dios había establecido que
los diezmos eran de Él. Aunque Dios se los daba a los levitas, era Él el dueño. Es interesante,
amados, notar que es Dios quien se encarga de los sacerdotes infieles, pero también, además,
reprende al pueblo infiel. En la mente de aquel pueblo, los sacerdotes eran infieles (y bien que
lo eran), al punto de no merecer los diezmos. Pero los diezmos eran de Dios, y era Dios quien se
los daba a los levitas. Por esto maldijo al pueblo, porque se reveló contra este principio de Dios.
Queremos, a continuación, tratar las diferentes esferas de nuestra vida en las que Dios nos
gobierna por medio de las autoridades que Él establece, para ver las implicancias prácticas de
esto y también ver cómo Dios espera que las autoridades ejerzan su autoridad. Hay un patrón
para los que son gobernados, y un patrón para los que gobiernan. Y a aquellos que les da
autoridad exigirá de ellos que hagan conforme Él les mandó, y a aquellos que están en
sumisión, que acaten la autoridad que Él estableció.
Autoridad y Sumisión
Evangevaldo Farias
Salvador, Viernes 5 de Mayo de 2011
SEGUNDA PARTE: LA AUTORIDAD EN LAS DIFERENTES ESFERAS DE NUESTRA VIDA
Dios es la fuente de toda autoridad
Hemos hablado acerca de cómo el Señor preside sobre todas las cosas; de cómo Jesús es
nuestro modelo de sumisión, y de cómo el Señor compara la rebelión con la hechicería. La
hechicería es culto a Satanás, y la rebelión es imitación de Satanás. Hablamos también acerca
de la autoridad delegada, acerca de lo que el Señor nos mostró sobre este tema.
La primer cosa que debemos entender es esto: Toda autoridad emana de Dios. Él es el único
que tiene autoridad en sí mismo. No hay otro ser que tenga autoridad propia. Ni los ángeles
tienen autoridad en sí mismos, ni el hombre tiene autoridad en sí mismo. Toda autoridad
procede del trono de Dios. Es por esto que lo que Dios más quiere del hombre es la sumisión
y por esta misma razón, nuestra obediencia al Señor es la manera práctica de mostrar nuestro
amor a Él.
Es muy fácil que hablemos, dijimos, sobre la autoridad de Dios, mientras Dios esté allá en el
cielo, físicamente inaccesible. Decimos, “yo obedezco al Señor, me sujeto a Él”. Pero la manera
que Dios tiene para probar nuestra sumisión a Él, es nuestra sumisión a otros hombres, o a las
instituciones que Dios establece y el Señor no permite que cuestionemos este principio.
Cuando, por ejemplo, Pedro exhorta a la Iglesia a honrar al rey, debemos tener en cuenta que
en aquellos días el rey era Nerón, el emperador romano (el mismo que inclusive un día
mandaría matar al mismo Pedro, quien murió crucificado por su régimen). Pero Pedro pide a la
Iglesia que honre al rey. El no dice “honrad a Nerón”, sino a quien ocupa el lugar de rey. Es decir
que la sumisión y honra es debida a aquel que es llamado rey, la institución llamada “rey”.
Lo mismo sucede para las instituciones llamadas “padre”, “madre”, “teniente”, etc., sin
importar quien esté ejerciendo ese lugar. Dios no exige que admiremos a las autoridades, pero
que nos sujetemos a ellas, sean buenas o malas, y es aquí que reside nuestro problema. Porque
el factor que más alimenta la rebelión es pensar que “aquella” autoridad no es digna de nuestra
sumisión, y de esta forma argumentar, buscando explicaciones y motivos para justificar la
rebelión.
En la segunda epístola de Pedro, él dice que “Dios no dejó sin castigo a los ángeles que pecaron,
sino que, los arrojó al infierno en prisiones de oscuridad” (2.4). Y un poco más adelante dice que
“el Señor sabe rescatar de la prueba a los piadosos y guardar a los injustos para ser castigados
en el día del juicio. ¡Y especialmente a aquellos que andan tras las pervertidas pasiones de la
carne, y desprecian toda autoridad! Estos atrevidos y arrogantes no temen maldecir a las
potestades superiores” (2.9-11). Más adelante dice que ellos están reservados para las tinieblas.
Es interesante que Pedro destaca que esos que siguen la carne, más allá de andar según las
pasiones, menosprecian cualquier gobierno. Esta es una identificación clara con Satanás.
Porque los ángeles que primero se rebelaron contra Dios, más tarde, cuando Dios crea al
hombre, arrastran a Adán y Eva tras su rebelión, y toda la creación, a partir de aquí, quedó
sujeta a este pecado. No hay nadie que no haya nacido desde entonces, sin estar debajo de
este principio: nacemos rebeldes, independientes, fuera del Reino de Dios.
Me acuerdo que cuando comencé a evangelizar a mis hijas usaba esta figura: les decía “hija,
Adán salió del Reino por una puerta, y nosotros tenemos que entrar por esa misma puerta, que
aún está allí. Él se rebeló y salió, pero por esa misma puerta, por donde él salió, debemos entrar
nosotros. Si queremos aún continuar aquí fuera, la culpa ya no es más de Adán: es nuestra,
porque la puerta sigue ahí, solo que el camino ahora es el opuesto. Adán se rebeló y nosotros
vamos a someternos y colocar nuestra vida bajo el total gobierno de Dios”. Esto es lo que
llamamos el Evangelio del Reino de Dios: su autoridad incuestionable y absoluta en nuestras
vidas de la manera en que Él la quiso establecer.
De esta manera entendemos que si la rebelión es satánica, nos toca escudriñar nuestras vidas
e identificar dónde haya manifestaciones de rebelión en nosotros y eliminarlas de nuestra
vida. No puede haber espacio para rebeldía en la vida del discípulo. Y para esto, es importante
que entendamos cómo funciona este principio de la autoridad delegada.
La autoridad dentro de la Trinidad
La mejor manera de entender el principio de autoridad delegada es observando el fluir de
autoridad en la Trinidad divina. Estar en autoridad, veremos, no significa ser mejor o superior,
ni tampoco estar bajo autoridad significa ser inferior o peor. Cuando vemos la Trinidad, este
principio queda más claro. Tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Quién es el mejor?
¿Quién el más santo? ¿Alguno de ellos es menor o menos santo, menos digno? En esencia los
tres son iguales. Pero veamos cómo la Trinidad se reveló o manifestó al hombre. Primero,
vemos que el Padre envió al Hijo. Podemos ver esto en Juan 17.18 donde Jesús dice “como tú
me enviaste al mundo”. En Juan 4.34 Cristo dice que su comida era hacer la voluntad de Aquel
n1que lo envió. Jesús estaba bajo órdenes, había sido enviado. El decía: “yo no vine por mi
cuenta pero por cuenta de Aquel que me envió”. Es decir, Cristo vino bajo una clara dirección
del Padre. Para ser redundante y para dejar claro que Cristo vino a nosotros al ser
encomendado, y en obediencia al que lo envió, en Juan 16.28 dice: “Yo salí de la presencia del
Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre”. Y mientras estuvo en la
tierra caminando entre nosotros ¿Cómo fue su relación con el Padre? Juan 8.29 “Porque el que
me envió, conmigo está. El Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le
agrada a él”. “Siempre”. Cuando la palabra dice que Él no cometió pecado, no es solo que no
cometió actos pecaminosos, que no hizo cosas “feas”. Él nunca desobedeció al Padre. En nada.
Él siempre hizo aquello que agradaba al Padre.
Yo creo que el Espíritu Santo nos exhorta a cambiar nuestro foco de auto-examinarnos. No es
solo preguntarnos qué pecados podemos estar cometiendo, sino preguntarnos: “¿estoy
agradando al Padre en todo?”. La sumisión es más que no practicar cosas que Dios prohíbe,
sino, más que esto, agradar a Cristo.
Entonces, el Padre envió al Hijo, el Hijo vino y vivió en obediencia. Pero cuando el Hijo asciende
al Padre, envía al Espíritu Santo. Juan 15.26 “Pero cuando venga el Consolador, el Espíritu de
verdad que yo os enviaré de parte del Padre, el cual procede del Padre, él dará testimonio de
mí”. Si el Espíritu Santo estaba siendo enviado por Jesús, significa que él se sujetó a Él, que
estaba bajo autoridad. En Hechos 2.16-17 Pedro le explica a la multitud que quería saber que
ocurría con estas palabras: “Más bien, esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel:
Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne.” El
Espíritu Santo vino y desde ese momento, amados, fue y es obediente al Hijo. En Juan 16.12-
15, cuando Cristo les explica a sus discípulos la venida del Espíritu Santo les dice: “Todavía
tengo que deciros muchas cosas, pero ahora no las podéis sobrellevar. Y cuando venga el
Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; pues no hablará por sí solo, sino que hablará
todo lo que oiga y os hará saber las cosas que han de venir. El me glorificará, porque recibirá de
lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por esta razón dije que recibirá de lo
mío y os lo hará saber”. Es más o menos lo que Cristo dijo de su relación con el Padre: El Hijo
no hace nada de si mismo sino solamente aquello que ve al Padre hacer. Del Espíritu Santo dice:
“les anunciará las cosas que han de venir. El me glorificará porque recibirá lo que es mío y os lo
anunciará”.
El Padre manda al Hijo, el Hijo obedece al Padre, y estando aquí vive para agradar al Padre. El
Hijo luego envía al Espíritu Santo que lo obedece, y aquí vive para glorificar al Hijo. Amados, la
Trinidad es la fuente de toda verdad y nuestra referencia. Si entre ellos existe esta relación,
entonces este principio se extiende también a nosotros. Hay una tendencia a pensar que
someterse es ser inferior, pero Jesús en nada fue inferior al Padre. ¿Se acuerdan de Apocalipsis
5? Juan lloraba desesperadamente porque nadie había en la tierra digno de abrir el libro y
todos se postraban delante del trono de Dios, pero Jesús estaba en pie. El era tan digno, tan
santo, tan perfecto como el Padre. El Padre le dio un nombre que es sobre todo nombre.
LA AUTORIDAD DELEGADA POR DIOS EN LAS DISTINTAS ESFERAS DE LA VIDA
Entre iguales, amados, existe una relación de autoridad y sumisión. Esto ocurre en varios
sectores de la vida, e inclusive en la Iglesia. Esto hace parte de la vida divina. Y las autoridades
delegadas están presentes en todas las áreas de nuestras vidas. Un discípulo de Jesús,
dondequiera que esté, debe procurar identificar donde está la autoridad que Dios estableció
para someterse a ella. El discípulo anda en la dirección contraria al mundo que es
independiente. El mundo procura encontrar grietas por las cuales escapar de la autoridad;
pero el discípulo es opuesto: el busca hallar dónde está la autoridad para ubicarse debajo de
ella.
Alguien contaba los otros días algo interesante que también me ocurrió a mí. En nuestros
encuentros algunos hermanos están a cargo del estacionamiento, y algunos de nosotros
habíamos decidido llegar más temprano para conversar entre nosotros. Y llegué un poco
apurado, y cuando fui a estacionar un joven me dijo, “ahí, no por favor”. Yo enseguida pensé:
“¿qué problema puede haber para que estacione aquí?”. Pero el siguió diciendo, “por favor
estacione allá, y hágalo por favor en marcha atrás”. Este hermano me tiene como su pastor, y
Marcos, aún más, como su apóstol, y con él hizo igual. Lo hizo con todos los que estacionaban
en su área. Pero allí, en ese estacionamiento, él es la autoridad. Es él quien decide donde cada
uno estacionará y de qué forma lo hará.
Nuestra vida Civil como ciudadanos.
Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no
provenga de Dios; y las que hay, por Dios han sido constituidas. Así que, el que se opone
a la autoridad, se opone a lo constituido por Dios; y
los que se oponen recibirán condenación para sí
mismos. Porque los gobernantes no están para
infundir el terror al que hace lo bueno, sino al que
hace lo malo. ¿Quieres no temer a la autoridad? Haz
lo bueno y tendrás su alabanza” Rom 13.1-3
Aquel jefe aburrido, aquel político corrupto, perverso,
aquel padre insensible, aquel profesor que nos persigue, en
fin, toda autoridad, fue establecida por Dios, y no hay
autoridad que no proceda de Dios. Las autoridades que existen fueron por Él instituidas de
modo que aquel que se opone a la autoridad resiste el orden de Dios. ¿Te acuerdas cómo
Daniel se refería a Nabucodonosor, siendo el perverso que fue? Lo llamaba “rey”, “mi señor”.
Daniel, como profeta de Dios, tenía plena conciencia que Dios había levantado a
Nabucodonosor para traer juicio sobre muchas naciones, inclusive Israel. Reconocía que había
sobre este hombre una autoridad dada por Dios.
En Nuestro Trabajo
Siervos, obedeced a los que son vuestros amos en la tierra con temor y temblor, con
sinceridad de corazón, como a Cristo; 6 no sirviendo sólo cuando se os esté mirando,
como los que quieren quedar bien con los hombres, sino como siervos de Cristo,
haciendo la voluntad de Dios con ánimo. 7 Servid de buena voluntad, como al Señor, no
como a los hombres (Efe 6.5-7)
La voluntad de Dios es que los trabajadores sean cumplidores en todo, obedientes en todo, que
no falseen sus horarios, no “quemen” horas de trabajo, sino que se comporten como si el Señor
fuese su patrón. Aquel jefe es una representación de Dios en tu vida, es tu autoridad y debes
estar plenamente sujeto a él. En Tito 2.9-10, en 1 Tim 6.1-2 hay instrucciones parecidas.
En la familia
Las casadas estén sujetas a sus propios esposos como al Señor, porque el esposo es
cabeza de la esposa, así como Cristo es cabeza de la iglesia, y él mismo es salvador de su
Un discípulo de Jesús,
dondequiera que esté, debe
procurar identificar donde
está la autoridad que Dios
estableció para someterse a
ella
cuerpo. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, de igual manera las esposas lo estén
a sus esposos en todo. (Efe 5.22-24)
Hace muchos años, oí a Marcos contar una historia. Un pastor debió visitar una familia donde
también había una hermana, vecina de esta familia, que estaba casada con un marido
incrédulo. Y en el medio del encuentro el hijo de esa hermana vino corriendo para decirle
“mamá, papá acaba de llegar y te llama”. Su marido había llegado a su casa del trabajo y no
estaba muy feliz de no hallar allí a su esposa. A los pocos minutos el hijo vuelve y con un tono
más firme le dice… “Mamá! Papá te busca”. “!Ya voy, hijo! ¡Ya te dije que ya voy!”. Al rato el
hijo vuelve diciendo, ¡”Mami, vení que papá se va a enojar”! La hermana mira al pastor
ofuscada y le dice: “¿Vio pastor lo que diablo hace, ¡no nos deja hacer la obra de Dios!”. El
pastor le respondió: “Hermana, si hay algo que el diablo quiere en este momento es
mantenerte aquí. Él no quiere que vayas a casa. Dios quiere que vuelvas y obedezcas a tu
marido”.
Hay una facilidad de escapar a los principios de Dios queriendo agradarlo haciendo lo que Él no
pidió y no quiere. ¿Quieres agradar a Dios? –haz lo que Él te pide. ¿Cuál fue la regla simple que
Él dio? “Aquel que teme mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama”. Si quieres
evidenciar tu amor a Jesús, obedécelo por medio de las autoridades e instituciones que Él
estableció en la tierra.
En Efesios 6.1-4 dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento con promesa) para que te vaya
bien y vivas largo tiempo sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,
sino criadlos en la disciplina y la instrucción del Señor”. Hermanos, aquí hay una orden clara de
Dios sobre cómo deben hacer los padres con los hijos. Habrá momentos en los que será difícil
que los padres cumplan con esto, a no ser que entiendan que ésta es una clara orden de Dios:
que debemos criar hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Las leyes no cooperarán con
esto. Cada vez el estado va a inmiscuirse más en la familia y tener más autoridad sobre los hijos
para minar la autoridad de los padres. Será difícil. Si no tenemos conciencia de cuál sea la
voluntad de Dios no haremos lo que Él desea.
Hoy ya la cosa está difícil. Las largas horas de trabajo nos obligan a volver a casa en horarios
avanzados y las noches se hacen cortas junto con el cansancio y las diversas responsabilidades
de cada uno en el hogar. Es tiempo de que la Iglesia se posicione y mueva como luz del mundo
que es.
En la Iglesia
“A unos puso Dios en la iglesia, primero apóstoles, en segundo lugar profetas, en tercer lugar
maestros; después los que hacen milagros, después los dones de sanidades, los que ayudan, los
que administran, los que tienen diversidad de lenguas”. 1 Cor 12.28
¿Dios estableció primero a quienes? –Los apóstoles, ¿Y luego a quienes? –Profetas, ¿Y luego? –
Maestros. Esto indica una cadena, una línea de autoridad por donde fluye la autoridad para
gobernar la Iglesia. Nosotros vemos esto con alegría porque esto es garantía de Dios para
nosotros. El problema que surge es que por ahí aparece el “súper Espiritual”. ¿Lo conoces? ¿Se
han cruzado con alguno de ellos por ahí? Yo sí, con varios. ¿Quién es este “Súper Espiritual”?
Es alguien tan, pero tan, pero tan espiritual que él tiene relación directa con Dios. Pero esto
solo es posible en su cabeza. Él obedece solo a Dios. ¿Nunca oíste esta frase? “yo obedezco solo
a Jesús”. Yo ya la oí varias veces, y cada vez con el aire de “yo no estoy aquí para obedecer a los
hombres, sino solo a Dios”.
¿Sabes quién es el único ser que obedece solo a Jesús, que no tiene otra autoridad sobre él? –
Satanás. Aún la autoridad que la Iglesia tiene sobre Satanás es por Jesús. Cuando alguien dice
“yo obedezco solamente a Jesús”, se está identificando con el diablo. No hay espacio para
gente así en la casa de Dios. Esta espiritualidad no procede
de Dios. Cada vez que alguien dice: “señor, yo quiero hacer
tu voluntad, te quiero obedecer”, seguramente el Señor va
a apuntar a un hombre. Dirá: “obedece a éste, a aquel.
Obedece a tu marido, a tu jefe, a tus padres, a tus pastores,
etc.”Tendrás que obedecer a alguien que es tu semejante.
Pero puede ser que alguien diga: “claro, pero tú no sabes lo que es mi marido”. Ya conversé con
muchos jóvenes con este discurso. Me dicen: “pero mi papá es alcohólico”, “mi mamá lleva una
vida perdida”. Déjame decirte: Dios no te pide que admires a tu padre o a tu madre. Dios te
ordena que los obedezcas. Será difícil que sean peores que Nerón, o Nabucodonosor.
Nuestra obediencia, amados, no puede depender de las circunstancias. No puede depender del
ambiente. No está sujeta a oscilar de acuerdo con las circunstancias que nos rodean. Jesús fue
así. Nunca eligió cuándo obedecer. El obedeció siempre, todo el tiempo, inclusive en el
Getsemaní, tal como destacamos antes. En angustia de alma, hasta la muerte, pero obedeció.
Sudando gotas de sangre, pero obedeció.
Cuando se perdió en Jerusalén y se separó de José y María y se quedó con los doctores de la
ley, los padres terrenales lo reconvinieron, y Jesús les expresó por qué estaba allí. Los hijos
pueden hacer esto, pueden explicar, pero precisan obedecer, como Jesús hizo. Y Cristo les dijo
“¿No sabían que debo ocuparme de los negocios de mi Padre?”, pero más adelante dice que en
todo les era obediente. Los hijos pueden argumentar, los empleados pueden argumentar, pero
deben obedecer.
En casa usamos una regla: “Primero obedece, después entiende”. La obediencia no puede
estar condicionada a entender por qué hay que obedecer. Siempre habrá motivos para
escapar las órdenes.
Debemos entender que es imposible obedecer a Dios sin obedecer a las autoridades por Él
delegadas. Siempre que obedecemos a las autoridades delegadas por Dios estamos sujetos a
Él, estamos agradando al Padre. Obedecer solo cuando estás de acuerdo, no es sumisión, es
Es imposible obedecer a Dios
sin obedecer a las autoridades
por Él delegadas
rebeldía: “si me agrada obedezco, si no, no obedezco”. La obediencia debe ser tal tanto cuando
estamos como cuando no estamos de acuerdo, cuando nos agrada, y cuando nos desagrada.
Esto es obediencia de corazón, que trasciende las dificultades que nos rodean.
De la misma forma en que la rebelión es un principio satánico, la sumisión es un principio
divino. Y no es mera obediencia externa. Sumisión es prestar obediencia con inteligencia a una
autoridad delegada. Es una obediencia consciente, una
decisión de acatar la autoridad por reconocer que Dios
opera por ella. Es demostrar un espíritu sumiso aún que no
haya nadie cerca. Es no hacer aquello que sabemos que es
contrario a la voluntad de la autoridad aúnque nadie esté
vigilándonos. La sumisión, la obediencia plena, exige una
renuncia a nuestra propia opinión. Si nuestra opinión se
opone a la orientación de aquellos que están sobre
nosotros, debemos renunciar a esa opinión y acatar esta
dirección.
Observemos las órdenes que Pablo le da a su equipo. No
los consulta para saber si están de acuerdo. Manda a uno
para aquí, al otro para allá, trae un tercer de otro lado, manda a hacer esto, aquello. Los
hermanos entendían que Dios estaba actuando en el ministerio de ellos por medio de aquel
apóstol.
¿Cómo puedo saber si realmente aprendí la sumisión? No puede ser de una forma subjetiva; al
contrario, debe ser simple: sabré si soy sumiso cuando me someto. Cuando me someto a las
autoridades, entonces sé que soy sumiso. Si acato a las autoridades, les obedezco, entonces
puedo saber que estoy siendo sumiso. Dios pone esto siempre de forma muy práctica: el patrón
será la actitud que hubo en Cristo, que teniendo forma de Dios, no consideró esto como algo a
lo que debía aferrarse, antes se humilló asimismo.
¿Cuántos de nosotros hemos tenido alguna vez un jefe infantil? Inclusive, hay jefes que con su
manera de ser o actitud parecen ridículos. ¡Pero son jefes! ¡Paciencia! Yo tuve una vez un jefe
así, pero me sujetaba, lo respetaba y hacía todo lo que me pedía. Por muchos años, a veces en
horas extremas, en cualquier clima, en cualquier rutina por más pesada que fuese, cumplía
rigurosamente. Me viesen o no. De corazón como al Señor.
Cuando pensamos en la Iglesia, hermanos, debemos entender que Dios nos hizo cuerpo, y
miembros los unos de los otros. Si alguien es independiente o rebelde, por consecuencia no es
miembro del cuerpo. ¿Se imaginan un miembro desobedeciendo al cuerpo? ¿Imaginan un pié
rehusándose a obedecer a la pierna? Es verdad, el pie no está “pegado” directamente a la
cabeza, sino unido a la pierna, pero quien manda es la cabeza. ¿Cuál es la única forma en que el
pie puede rehusarse a obedecer la orden que viene a través de la pierna? Solo si se desprende
del cuerpo.
Mientras no reconozcamos a
las autoridades reconocidas
por Dios, no alcanzaremos
nuestra meta de ser
transformados en hombres
perfectos en Cristo. Nos
quedaremos en el camino y
nos perderemos.
De la misma forma en que un miembro del cuerpo no puede resistirse a someter a las órdenes
del cuerpo, sino solamente si sale del cuerpo; de la misma forma en que un miembro no puede
subsistir en el cuerpo sin someterse a las órdenes que vienen desde la cabeza del cuerpo, de
igual modo, en la Iglesia nadie puede permanecer si no está sujeto. Una de las cosas que hace
el Evangelio del Reino es, no solo romper con nuestra independencia con Dios, sino también
romper nuestra independencia de los hombres. En el Reino de Dios aprendemos a ser sujetos
los unos a los otros.
Si alguien está lleno de Cristo está lleno de obediencia. Si alguien no es obediente a las
autoridades establecidas por Dios en la Iglesia, ciertamente no está lleno de Cristo. Hay frutos
que esta sujeción produce. Cuando el hombre sigue el principio de sujeción a las autoridades
delegadas por Dios, acaba disfrutando de muchos beneficios que son buscados por los hombres
que no conocen a Dios, pero solo disfrutados en aquellos que andan en la luz del Señor. En una
casa donde estos principios son acatados habrá paz, orden, armonía. En la Iglesia habrá
formación y edificación de vidas, habrá unidad, protección espiritual.
Muchos años atrás conversaba con un pastor de la ciudad,
en la congregación donde me reunía. Un día me dijo, Vanjo,
estoy trabajando mucho pero no estoy produciendo nada.
¿Cuál era el motivo? No tenía los recursos de Dios para
hacer que el pueblo que pastoreaba, o pensaba que
pastoreaba, siguiese aquellos principios, aquellos
mandamientos, obedeciese las órdenes recibidas. Porque
aquel “rebaño”, y coloco las comillas con propósito, no
entendía el significado de estar sujetos a la autoridad. Las
cosas se deliberaban en asambleas. Había una democracia.
Esto me trajo grande pesar cuando se suscitó un caso que conocí personalmente. Había alguien
a quien le había predicado la palabra, que se consideraba convertido, pues en el pasado había
pertenecido a otra congregación. Yo comencé en esos tiempos a oír respecto al Evangelio del
Reino, y al compartirlo con este muchacho, me dijo, “creo que nunca me convertí, siento que
me debo convertir, que me tengo que bautizar”. Le dije, “bueno, conversemos con el pastor”. Y
el asunto se “elevó” a la asamblea. Dijeron “cuántos están de acuerdo con que el hermano se
bautice” pero la asamblea resolvió que no podía bautizarse, que no estaban de acuerdo, pues
en teoría ya era bautizado. El pastor se dirigió a todos al concluir la asamblea diciendo
“hermanos, lavo mis manos, la responsabilidad es de ustedes”. ¿Imaginamos a Pablo haciendo
esto? ¿Qué le faltaba a esa congregación? –un entendimiento simple: que Dios gobierna por
medio de las autoridades delegadas. No somos una asamblea, no somos un sindicato.
¿Y cuáles son las autoridades delegadas en la Iglesia? Primero Cristo Jesús, cabeza de la
Iglesia. Efesios 1.20-22 “Dios la ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y le hizo
sentar a su diestra en los lugares celestiales, 21 por encima de todo principado, autoridad, poder,
señorío y todo nombre que sea nombrado, no sólo en esta edad sino también en la venidera. 22
Si alguien está lleno de Cristo
está lleno de obediencia. Si
alguien no es obediente a las
autoridades establecidas por
Dios en la Iglesia, ciertamente
no está lleno de Cristo
Aun todas las cosas las sometió Dios bajo sus pies y le puso a él por cabeza sobre todas las cosas
para la iglesia, 23 la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo”.
AQUÍ FALTAN ALGUNOS MINUTOS DE GRABACION QUE ESTAN SIENDO RECUPERADOS Y SERAN
TRANSCRIPTOS EN BREVE
Hermanos, fue Dios quien salió en defensa de su autoridad delegada sobre David. Hermanos,
entonces, no tengan apuro en sacar su “credencial” de autoridad, déjela guardada en el bolsillo.
Dios defiende la autoridad que es de Él, colocada en ti.
La autoridad no debe amenazar, dominar o causar miedo. Al contrario, la autoridad debe
causar un sentir de seguridad. Cuando dice “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” está
representando a la Iglesia, en todas las dimensiones. Aquel que se acerca a la autoridad debe
acercarse con confianza, con seguridad, porque la autoridad comunica protección. El padre
debe proteger su casa y no instalar un sistema de terror y de miedo en sus hijos. Y Pablo les
dice esto a los Corintios (2 Cor 1.24) “Porque no nos estamos enseñoreando de vuestra fe. Más
bien, somos colaboradores para vuestro gozo, porque por la fe estáis firmes”.
Pablo entendía que su lugar no era el de dominar sobre los hermanos. En 1 Pedro 5.2-3, Pedro
les escribe a los pastores diciendo que no deben dominar sobre el rebaño: “Apacentad el
rebaño de Dios que está a vuestro cargo, cuidándolo no por la fuerza, sino de buena voluntad
según Dios; no por ganancias deshonestas, sino de corazón; 3 no como teniendo señorío sobre
los que están a vuestro cargo, sino como ejemplos para el rebaño”.
Nuestra atención debe estar en ser modelo, ser ejemplo y no en defender nuestra autoridad.
La actitud de quienes están en una posición de autoridad, debe ser aquella que Pablo expresa
en 1 Tesalonicenses 2.7. Pablo aquí les dice que, como enviado de Dios, podía tener algunos
privilegios, pero al contrario, él se comportó como una “sierva”, una esclava que acariciaba a
sus propios hijos. Es decir, Pablo se sentía obligado al servicio a los hermanos como esclavo, y
tenía por ellos una ternura de madre.
Nosotros que cuidamos vidas, tenemos que ver a esas vidas, sintiéndonos obligados a ellos
como siervos, y tener para con ellos una actitud tierna como de una madre. Ellos nos fueron
confiados por Dios, son de Él, no son nuestros. Ellos no están con nosotros para que
expresemos nuestra autoridad, sino para ser guardados.
Debemos ser ejemplo en todo. En cuanto a esto, tenemos gran cantidad de pasajes. 1 Cor
10.31-33, 11.1; 1 Cor 4.15-16; Fil 3.17; Fil 4.9; etc. En todos estos textos Pablo dice: “sean
imitadores de mi”; “Fíjense en aquellos que andan según el modelo que vieron en nosotros”. Es
necesario que aquellos que ejercen autoridad sean ejemplos inspiradores, que representen un
estándar alto que desafíe al rebaño a crecer, a madurar.
Hermanos, no existen intocables en la casa de Dios. No hay nadie en la casa de Dios que no
pueda ser tocado para ser corregido, para ser reprendido, para ser confrontado. Los apóstoles,
los profetas, los pastores, los líderes, los discipuladores, todos están sujetos a Cristo, a la
palabra de Cristo, unos a los otros, y al resto del cuerpo de Cristo, y pueden y deben ser
confrontados y corregidos. Yo quiero animarlos, a que nunca les comuniquen a los discípulos
que les son confiados la idea de que ellos no los pueden confrontar a ustedes. Si ustedes tienen
la actitud correcta hacia ellos, ellos tendrán la actitud correcta hacia ustedes. La actitud
correcta implica que exista confrontación en amor y en sujeción, pero la verdad debe
prevalecer siempre.
Si a lo largo de nuestra historia alguno de nosotros quedó “intocado” queremos hoy decir que
no es esto lo que hemos deseado. Si hubo esto entre nosotros nos avergüenza. En la casa de
Dios no hay intocables. Dios nos libre de que un día seamos como el mundo, donde el
“intocable” termina al lado de los débiles que no lo confrontan. No es así en la casa de Dios.
Aquellos que ejercen autoridad, finalmente, son responsables delante de Dios. Primero por la
Iglesia: En 2 Cor 11.1-3 Pablo dice que se esforzaba por la Iglesia porque quería presentarla
como una novia pura delante del Señor: “¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! ¡De veras,
toleradme! 2 Porque os celo con celo de Dios, pues os he desposado con un solo marido, para
presentaros como una virgen pura a Cristo. 3 Pero me temo que, así como la serpiente con su
astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan extraviado de la
sencillez y la pureza que debéis a Cristo”. Hermanos, vamos a dar cuenta ante Dios. Hebreos
13.17 dice que deberemos dar cuenta; en 1 Tes 3.5 también dice: “Por esta razón, como yo
tampoco pude soportarlo más, le envié para informarme de vuestra fe, no sea que os haya
tentado el tentador y que nuestro gran esfuerzo haya sido en vano”. Pablo estaba siempre
consciente de que daría cuentas delante de Dios por el estado de la Iglesia. En 2 Cor 11.28, da
una lista de sus tribulaciones y angustias, dolores y dice: “Y encima de todo, lo que se agolpa
sobre mí cada día: la preocupación por todas las iglesias”.
Este principio también se da en el ámbito familiar. Los padres y maridos darán cuenta a Dios.
Esto está bien ilustrado en 1 Tim 2.14 en donde Pablo deja claro que fue Eva quien pecó
primero. Pero en Rom 5.12 dice: “Por esta razón, así como el pecado entró en el mundo por
medio de un solo hombre…”. En otras palabras, Eva pecó primero, más el responsable fue el
hombre. En el Edén, cuando el hombre pecó, Dios comenzó desde el menos responsable hasta
llegar al más responsable. Primero reprendió a la serpiente, trayendo juicio sobre Satanás,
diciendo que levantaría Uno que aplastaría su cabeza. Luego trajo juicio sobre la propia mujer.
Pero cuando le toca hablar con Adán le dice: “maldita es la tierra por tu causa”.
Amados maridos y padres que hay entre nosotros: si nuestra casa está desordenada, es a
nosotros a quienes Dios dirá: “tu casa está desordenada por tu causa. No por causa de tu mujer,
no por causa de tus hijos, sino por tu causa”. Todos son culpables en alguna medida más el
responsable es aquel que Dios estableció como autoridad. En Gen 18.11-13 vemos que Sara se
ríe de la promesa que Dios hace a Abraham, y por esto Dios pregunta a Abraham: “¿por qué se
rió Sara, tu mujer?”. Abraham podría decir: “Señor, ¿Por qué me dices a mi si la incrédula es
ella?”. El marido fue reprendido por la mujer incrédula. Era como si Dios dijese al marido:
“¿Qué fe es esta que hay manifiesta en tu casa que tu esposa no cree en mi promesa?”.
Hermanos, inclusive los jefes de las naciones darán cuenta de la forma con que las gobiernan.
En Dan 5.22-28 el Señor dice al hijo de Nabucodonosor: “fuiste pesado y hallado en falta. Tu
reino será sacado de tus manos”. Hemos hablado mucho acerca de los empleados pero también
los patrones darán cuenta a Dios de la forma en que ejercen su autoridad. En Efe 6.9 Pablo
recuerda que los patrones no deben olvidar que tienen también Señor en los cielos. En
Santiago, inclusive, hay una amenaza contra los patrones que no pagan los salarios
debidamente a sus empleados. En Col 4.11 encontramos la misma advertencia.
Amados, terminamos diciendo “todo hombre esté sujeto a las autoridades superiores porque no
hay autoridad que no proceda de Dios, y las autoridades que existen fueron por Él instituidas”.
MARCOS MORAES: ¿La autoridad debe ser obedecida siempre en forma absoluta?
Los textos que hablan sobre obediencia son muy
absolutos. El pasaje en Efesios 5 sobre el rol de la mujer
contiene dos palabras muy fuerte: “en todo”, es decir,
“Mujeres, en todo estén sujetas a sus maridos”.
Precisamos preguntarnos: “¿Hay alguna situación en que
la autoridad no deba ser obedecida?, ¿Existe alguna
situación así?, o , ¿La autoridad debe ser obedecida
siempre en forma absoluta?”
Cuando comenzamos a hablar de este tema, nos ayudó entender que hay una cierta diferencia
de connotación entre estas las palabras “obediencia” y “sumisión”. Entendimos que obedecer
es una cosa; ser sumiso es otra. Obedecer se refiere al acto externo de hacer efectivamente lo
que la autoridad manda hacer; en cambio la sumisión es la actitud con la cual obedezco. Por
esto el Señor habla de sumisión, porque no alcanza con ser obedientes.
Sin embargo es necesario que entendamos que . Por ejemplo el Señor dijo: “Id y haced
discípulos”. ¿Quién dio la orden? –el Rey. Pero las autoridades prendieron a Pedro y Juan y los
llevaron delante del Sanedrín y “… los llamaron y les ordenaron terminantemente que no
hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús” (Hechos 4.18). Aquí hay un ejemplo de una orden
contraria a una orden clara que Jesús había dado.
La respuesta de Pedro nos va a enseñar la diferencia entre obediencia y sumisión. Veremos
como ellos no obedecieron, pero fueron sumisos: “Juzgad vosotros si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios”. Los discípulos salieron y no obedecieron la orden, no se
sujetaron a esa orden pero la actitud no fue: “¡Quienes se creen que son!, ¡no vamos a hacer lo
que ustedes dicen!” Al contrario, la actitud fue de mansedumbre, de sumisión, aunque en este
caso no hubo obediencia. Y hay situaciones que tendremos que enfrentar y que ya enfrentamos
como Iglesia donde debemos enseñar a hermanos en las que se puede desobedecer.
Obediencia es el acto externo
de hacer efectivamente lo que
la autoridad manda hacer; en
cambio la sumisión es la
actitud con la cual obedezco
Otro ejemplo práctico es el que Vanjo contó respecto a una hermana con marido inconverso,
que estaba reunida en casa de una vecina donde visitaba un pastor (que era yo). Yo fui inclusive
más cortante y fuerte de lo que Vanjo me retrató: le dije “el diablo es quien te quiere aquí, el
Señor te quiere obedeciendo a tu marido”. No hay escrito en
ningún lugar que aquella hermana tenía que estar en aquella
reunión aquella noche.
Hay situaciones en las que un marido incrédulo no quiere que
su esposa un día particular vaya a un encuentro, pues quiere
salir con ella, por ser una ocasión especial. Puede que diga:
“no tengo problema con que vayas a cualquier encuentro con
la Iglesia, solo que hoy prefiero que vengas conmigo”. ¿Qué
debemos aconsejar a esta hermana? – que obedezca a su
marido, porque no está escrito en ningún lugar que ella deba ir a la reunión esa mañana.
Hemos tenido otras situaciones en las que fuimos a pedirle consejo a Ivan en las que nos dio
orientación muy clara. Cuando el marido comienza a tener una acción de absoluto impedir,
donde la mujer no puede ir a ningún encuentro. Iván nos decía en estos casos: “este hombre no
está solo impidiendo que su mujer no vaya a un encuentro, está impidiendo que siga a Jesús”.
Hemos tenido casos en los que el marido impedía que su mujer fuese a los encuentros pero
admitía que la discipuladora viniese a su casa. Pero ¿qué del caso en el que el marido quiere
cortar completamente la comunión de la mujer con la Iglesia?; el caso en el que no le permite
tener comunión con nadie, no puede ir a ninguna reunión. En estos casos entendemos de que si
el hombre no meramente le impide ir a un encuentro en particular, sino que está impidiendo
que siga al Señor, no podemos apoderarnos de la conciencia de la mujer. No podemos decirle
“dile a tu marido “así”, y “así””. Pero ella debe aprender que ella tiene libertad para
desobedecer conforme a su fe porque el marido le está impidiendo seguir al Señor.
MARIO FAGUNDES: Cómo exponer nuestra fe cuando debemos sumisamente desobedecer.
Volviendo al caso en que Pedro y Juan habían sido prendidos y llevados ante el Sanedrín, es
interesante incluir el versículo 20 (Marcos leyó hasta el 19). No es que marcos no lo haya ya
explicado, pero pienso que el v.20 aclara aún más la cosa porque Pedro y Juan les dicen lo que
harían: “Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” .
Quedó claro que la autoridad del Sanedrín les dio una orden contraria a lo que ellos habían
recibido de parte del Señor. Lo mismo ocurrió con la hermana que durante 3 años no fue a
ningún encuentro sino que la discipuladora, que vivía en el departamento de al lado de su casa,
iba a su casa. Pudo obedecer rigurosamente a su marido. 3 años después, un día hermoso, con
una actitud sumisa ella le dijo a su marido: “a partir de ahora voy a ir a todas las reuniones. Si
quieres seguir siendo mi marido, deberás aceptar esto, si no, debemos dejar de ser esposos hoy.
Pero si esto está bien contigo, puedes venir conmigo a los encuentros todas las veces que
Hay una única situación en
que la autoridad no debe ser
obedecida: cuando ella da una
orden clara y diametralmente
opuesta a una orden que el
Señor ha dado
quieras”. Ya había un testimonio, ya había un terreno conquistado con la obra que Dios había
hecho en su vida.
Quisiera agregar algo a lo que ya dijo Vanjo y a lo que acotó Marcos. Como ya oímos, aquel que
está lleno de Cristo está lleno de obediencia. Pero quisiera continuar esto diciendo que éste
que está lleno de obediencia, ora todo el tiempo para que jamás precise negar su obediencia.
Si es un joven, ora todo el tiempo para que su papá y mamá jamás le pidan algo contrario a la
voluntad del Señor. Hermanos, el discípulo ora para que ninguna autoridad a la que está sujeto,
le pida algo que él deba negar.

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