sábado, 31 de marzo de 2012

LA MUERTE DE UNA IGLESIA

LA MUERTE DE UNA IGLESIA

Por Hernandes Diaz Lopes

Las siete iglesias de Asia Menor, conocidas como las iglesias del Apocalipsis, están
muertas hoy. Solo quedan ruinas de un pasado glorioso que se fue. Las glorias de
aquel tiempo distante están cubiertas de polvo y sepultadas debajo de pesadas
piedras. Hoy, en esa misma región, hay menos del 1% de cristianos. Ante esto, una
pregunta late en nuestras mentes: ¿Qué hace que una iglesia muera? ¿Cuáles son los
síntomas que amenazan a las iglesias aún hoy?
1- La muerte de una Iglesia ocurre cuando se aparta de la verdad. Algunas
iglesias de Asia Menor fueron amenazadas por los falsos maestros y sus
herejías. Fue el caso de las iglesias de Pérgamo y Tiatira, que cobijaron la
perniciosa doctrina de Balaam y se corrompieron, tanto en la teología como
en la ética. Una iglesia no tiene antídoto para resistir la apostasía y la muerte
cuando la verdad es abandonada. Hemos visto esas señales de muerte en
muchas iglesias en Europa, América del Norte, y también en Brasil. Algunas
denominaciones históricas se rindieron, tanto al liberalismo como al
misticismo, y abandonaron la sana doctrina. El resultado inevitable fue el
vaciamiento de esas iglesias por un lado, o su crecimiento numérico por otro,
pero un crecimiento sin compromiso con la verdad y la santidad.
2- La muerte de una iglesia ocurre cuando se mezcla con el mundo. La iglesia de
Pérgamo estaba dividida entre su fidelidad a Cristo y su apego al mundo. La
iglesia de Tiatira toleraba la inmoralidad sexual entre sus miembros. En la
iglesia de Sardis no había herejía ni persecución, pero la mayoría de los
creyentes tenía sus vestiduras contaminadas por el pecado. Una iglesia que
flirtea con el mundo para amarlo y conformarse a él, no permanece. Su
candelero será apagado y removido.
3- La muerte de una iglesia ocurre cuando no discierne su decadencia
espiritual. La iglesia de Sardis se miraba en el espejo y se daba la calificación
máxima a sí misma, diciendo ser una iglesia viva, mientras que a los ojos de
Cristo ya estaba muerta. La iglesia de Laodicea se consideraba rica y
autosuficiente, cuando en verdad era pobre y miserable. El peor enfermo es
aquel que no tiene conciencia de su enfermedad. Una iglesia nunca está tan al
borde de la muerte como cuando se vanagloria delante de Dios por sus
pretendidas virtudes.
4- La muerte de una iglesia ocurre cuando no asocia la doctrina con la vida. La
iglesia de Éfeso fue elogiada por Jesús por su celo doctrinal, pero fue
reprendida por haber abandonado su primer amor. Tenía doctrina, pero no
vida; ortodoxia, pero no ortopraxia; teología buena, pero no vida piadosa.
Jesús ordena a esta iglesia recordar de dónde ha caído, arrepentirse y volver a
practicar las primeras obras. Si la doctrina es la base de la vida, la vida debe
ser la expresión de la doctrina. Las dos cosas no pueden vivir separadas. Una
iglesia viva tiene doctrina y vida, ortodoxia y piedad.
5- La muerte de una iglesia ocurre cuando falta perseverancia en el camino de
santidad. Las iglesias de Esmirna y Filadelfia fueron elogiadas por el Señor, y
no recibieron ninguna reprensión. Pero en un momento dado, en su historia,
esas iglesias también se apartaron de la verdad y perdieron su relevancia. No
basta comenzar bien: es preciso terminar bien. Fallamos muchas veces en
pasar la posta de la verdad a la próxima generación. Un reciente estudio revela
que la tercera generación de una iglesia ya no tiene el mismo fervor de la
primera generación. Es necesario no solo comenzar la carrera, ¡sino terminar
la carrera y guardar la fe!
Es tiempo de que pensemos: ¿cómo será nuestra iglesia en las próximas
generaciones? ¿Qué tipo de iglesia les dejaremos a nuestros hijos y nietos? ¿Una
iglesia viva o una muerta?

PUNTOS FLOJOS EN LA FORMACIÓN DE DISCÍPULOS: EL IGNORAR

PUNTOS FLOJOS EN LA FORMACIÓN DE DISCÍPULOS: EL IGNORAR

MATEO 18-15-17

Reunión de Enseñanza - 8-12-1980 - I. M. Baker
Introducción:
Como responsables de la grey tenemos la responsabilidad no solo de enseñar sino de
corregir y “velar sobre todo el rebaño” para que las cosas flojas que observamos en la
conducta, en la relación o en la vida de los hermanos, sean corregidos. El punto flojo que
quisiera señalar es en cuanto a la aplicación del mandamiento del Señor en Mateo 18.15-17
1.- La buena práctica de Mateo 18 constituye el elemento más poderoso que el Señor nos
ha dado para edificar la iglesia en santidad.
2.- Estos son algunos de sus beneficios:
A. Nos ayuda en nuestra relación para evitar que se multipliquen
problemas y descensiones.
B. Pondrá de manifiesto áreas en nuestra vida que el Espíritu quiere
curar y transformar.
C. Nos conserva en santidad, unidad y humildad.
3.- La versión Reina Valera 1960 limita el mandamiento a los casos cuando alguien peca
contra nosotros: “Si alguno peca contra ti…” Pero en la versión de la Biblia de Jerusalén,
que parece ser una mejor traducción, no presenta esa limitación. Ella dice: “Si tu hermano
llega a pecar vete y repréndele…”. Esto hace que Dios nos coloque en la responsabilidad de
reprender toda vez que vemos a nuestro hermano peca, sea contra nosotros o no.
4.- Dios quiere conservar su Iglesia en santidad y para esto, ha dado responsabilidad a cada
uno de sus miembros.
5.- Debemos tener en cuenta la condición fundamental: “…ESTANDO TU Y ÉL SOLOS.” Esto
da al hermano la oportunidad de:
A. Explicar su situación. Muchas veces hay malos entendidos. Debe tener oportunidad
de hacer sus descargos.
B. Es redargüido y se arrepiente. Hemos “ganado al hermano”.
En todo este proceso el asunto quedó en el conocimiento de dos y se solucionó sin que
otros, sin causa, sean enterados.
6.- Mateo 18 presenta un mandamiento y no una cuestión opcional. Debemos actuar en
amor, pero sin considerar nuestros sentimientos. Dios quiere quitar el pecado y santificar la
Iglesia.
7.- Para tal ejercicio necesitamos integridad. Debemos desarrollar un verdadero carácter de
hermanos llenos de solicitud y amor hacia nuestros hermanos, cuidando que nuestros labios
se usen solo en la manera que el Señor nos ha enseñado.

EL PECADO DE LA MALEDICENCIAi

EL PECADO DE LA MALEDICENCIA

Por Eduardo Boulhosaii, 2011

En el año 2004 me había retirado a la Chapada Diamantina en el estado de Bahía [Brasil], con el
fin de buscar al Señor, cuando fui despertado por un pasaje que relata el pacto entre Jacob y
Labán, teniendo por testigo al Señor que los vigilaba, celebrando una alianza que decía: “…yo no
pasaré para el lado de allá para mal y tu no pasarás para este lado…”, “…para bien de sus
hijos…”. Y el Señor me dijo: “el mayor problema de la Iglesia de hoy es la maledicencia”. Al
principio no me daba cuenta del tamaño de la gravedad del desvío, hasta que, estudiando y
observando, vi lo que es este pecado: ¡ABOMINACIÓN! Se trata de un arma destructora usada
por el enemigo, la cual “amigos” y “hermanos” han usado indiscriminadamente de forma
deliberada sin ningún temor.
Es el papel del Falso Profeta, el cual es la entidad maligna responsable de crear la “religión
cristiana” sin las características y la esencia de Cristo Jesús. En Mateo 15 el Señor recriminó a
los escribas y fariseos cuando, cuestionado porque sus discípulos no se lavaban las manos antes
de sentarse a comer. Jesús los desenmascaró al confrontar la negligencia de ellos frente a los
mandamientos de Dios (honrar a los padres) al haber creado la “tradición de los ancianos”,
concluyendo: “¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por causa de
vuestra tradición?”. Él agrega a las palabras de Isaías diciendo: “en vano me rinden culto,
enseñando como doctrina los mandamientos de hombres”.
Esa realidad encaja precisamente en nuestros días cuando un hermano tiene un problema con
otro hermano, y, en vez de resolver el conflicto, busca al discipulador, compañero, pastor, líder,
cónyuge, hijos, etc., y no va directo a la persona en cuestión. En Mateo 18.15, la palabra del Rey
es clara: “… vé, amonéstale a solas entre tú y él”. La cobardía, la deslealtad, entre otros
motivos, nos llevan a transgredir el mandamiento claro de Dios, haciéndonos como los fariseos:
“religiosos”.
La maledicencia tiende a disminuir la imagen de otra persona con el fin de llamar la atención
para sí mismo. Así hizo la serpiente con Adán y Eva en el paraíso hablando mal del Señor y
poniendo duda en sus palabras, disminuyendo la imagen de Dios delante de ellos:
“…Ciertamente no moriréis. Es que Dios sabe que el día que comáis de él, vuestros ojos serán
abiertos, y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal”. ¡Satanás es el padre de la
maledicencia! No es en vano que la palabra “diábolos” puede traducirse como “maldecir”,
“calumniar”, hablando conforme a él, o por sugerencia de él (satanás). En la lista de los siete
pecados que aborrece el Señor en Proverbios 6.16-19, el séptimo de ellos “que su alma abomina”
es “el sembrar contienda entre hermanos”, donde la traducción del griego es también “diábolos”.
Esta arma eficaz ha obtenido gran éxito para el maligno en el medio de la casa de Dios,
sembrando desconfianza y separando hermano con hermano, confirmando las siguientes
palabras, inclusive en el medio del pueblo de Dios:
“y por haberse multiplicado la maldad, se enfriará el amor de muchos” (Mat 24.12)
El hombre perverso provoca la contienda, y el chismoso aparta los mejores amigos.(Prov 16.28)
Jesús, nuestro modelo, nunca pecó. El “no cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca.
¡Benditos sean sus labios santos! Así se santificó el Señor. Y con nosotros, ¿Cómo será?
Son tres los agentes de este mal:
1. El Maldiciente
2. El Oyente
3. La víctima
1. El Maledicente
Éste agente es el que, sin saberlo, negocia con lo oculto, con las tinieblas: “Porque todo aquel
que practica lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas
Pero el que hace la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, que son hechas en
Dios” (Juan 3.20-21). Dios es luz, la maledicencia es tinieblas. La “luz” del maldiciente es
maligna porque descubre, indebidamente, la vida ajena. Canaán descubrió la desnudez de su
abuelo y fue maldito. Nada me autoriza a abrir la vida ajena y esto no depende de la función que
desempeño (pastor, líder, discipulador). Los salmos dicen: “Bienaventurado el que encubre la
transgresión [del otro]”
La falta de cuidado con la lengua impide ser santos a los hermanos, pues por la boca podemos
ser completamente contaminados y aún contaminar a otros, como podemos ver en Santiago 3.16.
El Señor explica este proceso en Mateo 15.18, dejando claro que antes de pecar con la boca,
pecamos con el corazón, pues la boca habla de la abundancia del corazón. La amargura primero
surge del corazón y luego contamina a muchos (Heb 12.14-15).
En el sermón del monte Jesús no aborda la cuestión de la maledicencia en forma directa. Sin
embargo, como siempre, sí trata con la raíz de este problema: EL JUZGAR. Porque antes de
maldecir, primero juzgamos. Como ya fue dicho sabiamente, generalmente juzgamos conforme a
lo que nosotros somos: “La lámpara del cuerpo es el ojo. Así que, si tu ojo está sano, todo tu
cuerpo estará lleno de luz, Pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en tinieblas”.
El pecado de juzgar también es fruto de los dardos del diablo. Precisamos recurrir al escudo de
la fe para no pecar contra Dios. El amor todo lo cree. Arriba siempre a la mejor interpretación y
en caso que la impresión persista, pregunta. ¡Preguntar no ofende! Esa es la mejor forma de
evitar el juzgar. Otro punto esencial es que el que es cuestionado no debe ser sensible. Es
necesario que tengamos madurez para entender que somos mucho peores de lo que el hermano
piensa. Si él se equivocó en su interpretación, es suficiente con decírselo a él.
La gravedad del pecado de la maledicencia es equivalente a la gravedad del pecado de
sensualidad (impureza), pues los dos son pecados contra el cuerpo. Al hablar mal del hermano
manchamos la mirada pura del que oye quien antes admiraba a Cristo en la vida del otro, pero
que ahora pasa a juzgarlo. De esta forma tú atentas contra el propio Jesús, porque sustituyes el
mirar espiritual del hermano, por un mirar carnal, cooperando con el enemigo.
Existe un proverbio judío que dice: “Aquel que habla mal de otro, quiere llamar la atención a sí
mismo”. El que habla mal de otro, se destaca a sí mismo usando al otro como escalera. Esto
representa un acto de cobardía, porque el agredido no tiene derecho de defensa. Y la palabra dice
que los cobardes no heredarán el reino de los cielos.
Este pecado todavía trae consigo otro pecado como consecuencia: muchos dejan de crecer,
aislándose traumatizados dejando de edificar el cuerpo de Cristo. Mantienen sus pecados ocultos
temiendo la mala fama y hasta dejan el camino del Señor por el medio a que les pongan un
rótulo. Tu eres responsable por esas consecuencias. Miqueas 7:18 dice que Dios perdona la
iniquidad y se olvida de la transgresión. Pero, ¿nosotros seguimos recordándola? Si esa es la
alianza de Dios con nosotros, también precisa ser la alianza entre los hermanos: “De manera que
nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne”. El Señor dice: “Nunca más me
acordaré de los pecados e iniquidades de ellos”. La Iglesia no necesita maledicencia, precisa
profecía. Si queremos buscar el ser santificados, la primera cosa que debemos cuidar es nuestra
lengua.
Para reflexionar: como la maledicencia es un pecado que nace del corazón, puede también ser
expresada con gestos:
 Con la forma de mirar
 con un meneo de cabeza
 con un apretar los labios
 Levantando las cejas
2. El que oye.
“¿Quién me constituyó como juez y partidor entre vosotros?” Así hacía nuestro amado Jesús
cuando le traían situaciones entre sus discípulos. Pero hoy existen personas que mantienen la
vileza de la maledicencia al oír lo que no deben; y aquello que, por la función que cumplen, llega
a sus oídos, acaba exponiéndose de forma precipitada, cooperando con el desvío del
procedimiento establecido por Dios para la resolución de problemas entre hermanos. Las
autoridades tienen mayores chances de volverse “Oyentes”.
Este segundo agente no tiene menos culpa que el primero, pues se complace en oír el chisme. El
pecado no puede darse sin él. El Oyente se alimenta del Maledicente.
En Juan 21.20-22 Pedro trata de sacarle al Señor cuales serían sus planes respecto de Juan, y
Cristo se opone a esto diciendo: “¿Qué te importa?”. Detalle: pero cuando Cristo le pregunta a
Pedro respecto a su amor por Él, Pedro no puede responder satisfactoriamente. Éste es el cuadro
que se repite hoy comúnmente. Muchos, en vez de preocuparse por desarrollar sus talentos, están
preocupados con la vida y trabajo de otros, olvidándose de aquello que les toca a ellos. El
“saber” produce una sensación de dominio de la situación y de seguridad. Aquel que oye se
siente actualizado y protegido, pues seguramente conoce las debilidades de los hermanos.
Amados, ese poder tiene un alto precio: EL PECADO.
En su ministerio, Cristo podía percibir cuando había situaciones con terceros, teniendo
discernimiento respecto de sus corazones, pero esto ocurría como fruto de sus dones celestiales
que se manifestaban en Él, hacia un fin provechoso. No era necesario que nadie le dijese cómo
era el hombre, porque Él lo sabía y conocía la naturaleza humana.
La bestia, responsable del sistema anti-Dios en la tierra, ha entrenado a la humanidad en esas
prácticas abominables a través de los medios de comunicación. Hoy, lo que más se vende en los
diarios, revistas, programas de televisión y en páginas de internet son los ESCÁNDALOS. La
mayoría de las noticias vienen con una carga de destrucción de reputaciones, descubriendo así la
intimidad de terceros. Tristemente, la Iglesia del Señor en nuestros días, es cliente común,
alimentándose de esas carnalidades y reproduciendo así las mismas prácticas en el cuerpo de
Cristo: “Las palabras del chismoso son como bocados suaves y penetran hasta las entrañas”.
Así somos cauterizados, llegando a tratar este grave pecado con naturalidad. En momentos en
que estamos relajados “caen” los inhibidores, y en la mesa del entretenimiento se quiebra la
timidez, reduciéndose la vigilancia; y la práctica de la maledicencia se vuelve más intensa y
seria. “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”. A
pesar de todo, el gozo como fruto del Espíritu viene con el vivir la vida de Cristo.
Estemos atentos a la advertencia dada a la Iglesia de los últimos días: “El que es injusto, haga
injusticia todavía. El que es impuro, sea impuro todavía. El que es justo, haga justicia todavía, y
el que es santo, santifíquese todavía” (Ap 22.11). “Porque los que viven conforme a la carne
piensan en las cosas de la carne; pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del
Espíritu” (Rom 8.5)
3. La Víctima
El tercer agente de este mal es la víctima, que una vez que actúa en la carne, se vuelve peor que
el Maledicente o el mismo Oyente. Pues, por sentirse ofendido, se moverá en su propia justicia
dejándose vencer por el mal, transgrediendo el mandamiento práctico que marca el amor: “Y
como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. “Ama
a tu prójimo como a ti mismo”.
Cuando sufrimos la injusticia nos parecemos más a Jesús. La amargura y la auto-piedad son
sentimientos mezquinos que afrontan directamente al Señor, pues hay transferencia de
responsabilidad desobedeciendo el mandamiento de pagar el mal con bien. Hay omisión, hay
resentimiento ¡HAY PECADO!
Para Dios la mala reacción ante la ofensa es peor que la ofensa. Pues la ofensa puede provenir de
una iniquidad (pecado contra la santidad de Dios); tiene que ver con el hecho de que el hombre
falla, con su imperfección, que tarde o temprano se manifiesta. Pero una reacción indebida frente
a la ofensa proviene de una transgresión (pecado contra la autoridad de Dios). Así se manifiesta
la malignidad del corazón humano: su propia justicia. La justicia del hombre es como un trapo de
inmundicia para el Señor, o sea, algo repugnante.
El Dios que perdonó al pecador no admite una reacción distinta a la de Él. Por eso, Dios quiere
que en una situación similar, la persona perdonada conceda al perdón a los demás (Mat. 18.23-
35).
Nuestro mayor desafío es ser como Jesús. Una buena ocasión para vivir tal desafío es cuando
somos injuriados: “Cuando le maldecían, él no respondía con maldición. Cuando padecía, no
amenazaba, sino que se encomendaba al que juzga con justicia” y descansaba. ¿Problemas?
¿Quién no los tiene? El asunto no es lo que el problema hará contigo sino qué harás tú con él. El
problema es una oportunidad disfrazada para que tú crezcas. Es el momento de sacar provecho,
tratando de ganarle a aspectos en nuestras vidas que precisan ser cambiados. Todo coopera para
nuestro bien.
Dios tratará la situación cuando tu corazón esté arreglado. Él no satisfará tu justicia, pues Él es el
Justo Juez. No debemos reaccionar, debemos devolver bien por mal. Caso contrario seremos
catalizadores del pecado en el medio del pueblo de Dios. “porque las armas de nuestra milicia
no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Cor 10.3-4).
¡Jesús debe ser suficiente! ¡Y es de Él donde debemos buscar aprobación!
Jesús: La coherencia entre discurso y práctica.
“Ni en su boca se halló engaño”. Porque jamás habitó el engaño en su corazón, y la boca habla
de aquello que el corazón está lleno. ¡Ese es nuestro modelo! ¡Nunca maldigas a nadie! Vemos
en su trayectoria la práctica de 1 Pedro 2.22
Estando bajo intensos interrogatorios, tanto de Pilatos, como de Herodes, con maestría Él nos
deja una lección de comportamiento frente a situaciones adversas. Es importante destacar que
delante de Herodes Jesús no le respondió una pregunta. ¡Él no se defendió! “ Por eso, en tal
tiempo el prudente calla, porque es tiempo malo” (Amos 5.13).
Ninguna práctica ilustra mejor su dominio de labios y corazón que el observarlo en el momento
de la última cena. Pues evidencia su recto proceder con un traidor.
Jesús sabía desde el principio que era el que lo iría a traicionar. “Pero hay entre vosotros
algunos que no creen. Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién
le había de entregar” (Juan 6.64). En un momento dado, en la última cena Él revela que entre
los discípulos, uno sería un traidor, generando un ambiente en el cual se puede ver la conducta y
el corazón de esos hombres. Los discípulos no se acusaron ni sospecharon los unos de los otros.
¡Qué ambiente Jesús produjo entre ellos!
Jesús consiguió desarrollar una responsabilidad personal conduciendo los cuestionamientos a sí
mismos: “Entonces comenzaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: -¿Acaso seré
yo?”(Marcos 14.19). Los discípulos podrían haber desconfiado de Judas por ser el único que no
era de Galilea. Él era de la tierra de Iscariote (ISH=Tierra). En aquella época, Galilea, donde
nacieron los otros discípulos, era el área de mayor preservación de la ley de Moisés. Ni siquiera
por esto Judas fue pre-juzgado. Entre ellos no estaba el juzgarse; no había maledicencia ni
espacio para fracciones y fisuras.
De modo que es simple entender el porqué de la conducta de los discípulos, pues Aquel a quien
seguían dejaba claro cómo comportarse frente a ese mal. Y cuando al ser preguntado por Juan
respecto a quién lo traicionaría, no se permitió mencionar el nombre de Judas, sino que
meramente dijo: “el que mete la mano conmigo en el plato, éste me traicionará”. Jesús se mueve
con tal discreción, aun cuando Juan estaba recostado en el pecho de Cristo: “Ninguno de los que
estaban a la mesa entendió para qué le dijo esto”. O sea que Judas, al salir para delatar a Jesús,
por ser él quien llevaba la bolsa, dejó la impresión de que se ausentó para comprar lo que faltaba.
¡Cuán impresionante es la discreción del Señor y la postura de los discípulos en dar la mejor
interpretación de los hechos, no juzgando a Judas!
Jesús, como anfitrión, cumpliendo la cultura de la época, en aquella noche, escogió a Judas para
ser honrado, demostrando una total ausencia de resentimiento. De la misma manera, cuando lo
halla a Judas junto a los que venían a prenderlo, no lo injurió, más lo llamó AMIGO. Pues de
hecho Jesús fue verdadero amigo de Judas, aun sabiendo que por medio de él vendría la traición.
¡Jesús amó al traidor! ¡Alabado sea el nombre del Santo Jesús!
i Apunte tomado del sitio fazendodiscípulos.com.br y traducido al Español por Danny Baker con permiso del autor
ii Pastor, miembro del presbiterio y equipo apostólico de Salvador, Bahía, Brasil